LEONARDO HERRERA
Los innecesarios - sé marginal

A mis padres:

Marga Lucena y Alberto son mis padres, cada uno con historias muy distintas y ambos provenientes de lugares opuestos; y obvio clases sociales no muy distantes, pero esto en su época se notaba un poquito, solamente un poquito, no como ahora.
Ellos se conocieron en el colegio en el que mi padre daba sus primeras clases de deportes porque acababa de terminar la normal “la famosa escuela nueva” del año 68; mi madre nacida en Viterbo llegó muy niña a Cali como desplazada de la violencia bipartidista; un famoso eufemismo histórico colombiano para remplazar lo que en cualquier país se llamaría una guerra civil - aquí se le por debajea como una simple serie de asesinatos entre vecinos por un puto color de partido o el robo de un pedacito de tierra - Tierra que además se han robado durante décadas con complicidad del estado.
Allí se conocieron y se ennoviaron y hasta que mi padre no había recogido el dinero suficiente no le propuso matrimonio, eso sucedió cinco o siete años después, no lo recuerdan bien; varios años de noviazgo pasaron para que se casaran y empezaran su nueva vida juntos.
Mi padre trabajó durante los primeros 20 años; mañana, tarde y noche en educación secundaria en el sector privado y público; por el contrario mi madre, quien deseaba mucho poder estudiar, no pudo entrar a una universidad y no fue porque no quisiera o no pudiera; la razón es que ella era, dentro de la estructura de su hogar, una fuerza más de trabajo e ingresos y por lo tanto debió posponer sus sueños. Se dedicó de lleno a la tarea colectiva de sacar adelante su familia, de cubrir lo básico, pudieron así tener un mejor piso para la familia y también pudieron cambiar el piso de tierra pisada de la casa de mis abuelos, don Carlos Madrid y Guillermina Palacio. En ese lugar, en nuestros años de infancia, jugamos La vuelta a Colombia, el abuelo solía emputarse porque le rompíamos el nivel de su tierra, aquellos años, aquellos tiempos.
Así fue que mi madre se casó con Alberto, entre las tareas de madre y el poco tiempo que le quedaba, logró estudiar caligrafía y hacer un técnico de secretaria ejecutiva -recuerdo que en esa época de mi infancia mis abuelos nos cuidaban en las tardes y con mi abuela Guillermina jugábamos a enlazarnos con un lazo viejo donde nosotros corríamos de un lado a otro como si fuéramos terneros.
El primer trabajo de mi madre como secretaria fue en una empresa de construcción llamada FINANCO - que ironía - porque desde ese momento en adelante mis padres perdieron muchas casas y apartamentos que habían adquirido, no porque se hubieran ganado la lotería; ellos las consiguieron a punta de sudor y trabajo, pero también fueron víctimas y victimarios de la especulación de la finca raíz en los años 80 y principios de los 90; que no fue más que el principio de la inversión en la economía local de los dineros del fenómeno narco. En un momento mi familia tuvo cinco propiedades entre lotes en las afueras de la ciudad y dos propiedades en la ciudad, de las cuales solo conocí una. Siendo joven, me tocó trabajar en uno de los lotes de las afueras, llevando a los obreros que construían la casa de retiro de mi padre, quien se había asociado con su hermana para construir un lugar de encuentro familiar; ahí pasaron otros 22 años de su vida trabajando hasta su jubilación. Llegó el día en que por cuestiones del destino y del trabajo yo compré, con ayuda de ellos, ahí en la misma zona mi primer terreno, digo “destino” porque al año de haber comprado el lote, mis padres fueron echados de su propia casa, la cual durante 22 años fue su ideal de vida. He aquí lo que considero fue la desilusión más grande para ellos dos, no fue el hecho de que la hermana de mi padre haya sido quien los echó; sino el ver que lo que habían trabajado durante casi toda su vida estaba perdido y se dieron cuenta que aquello que habían perdido estaba lleno de excesos innecesarios, de cosas innecesarias, de carros innecesarios, de electrodomésticos innecesarios, de pago de trabajadores innecesarios, porque hoy ya a sus 72 años y a sus 67 años trabajan todos los días la tierra, mercan lo necesario, se trasladan lo necesario en un solo carro, pero lo mas sorprendente es que son felices, porque están fuera del sistema financiero, porque son viejos de clase media que no aportan al sistema y por eso son innecesarios - aunque se vean a gatas muchas veces y de vez en cuando hacen gastos que no valen la pena - mi hermana y yo vemos como les ayudamos.


Textos con tela cocida
5 metros x 150 metros
Fotografía de la pancarta
Marga Lucena Madrid y Alberto Herrera Herrera
2020.



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