FELIPE BARREIRO
10 de octubre - 1 de diciembre
Una montaña tiembla y ruge. Arroja gases, cenizas y rocas ardientes. Derrama su sangre y expulsa su fuego. Este es el flujo de la creación, el impulso vital y expansivo, la materialización de los peces, lo que da forma a las hojas y las escamas, lo que curva las garras, las aletas y los colmillos, lo que abre la flor, las fuerzas eternas que arden en el sol y convierten la tierra en un caldo de cultivo.
Pero este fuego creador también arrasa con sus propios hijos. Los engendra y los asesina. Los sofoca, los calcina, los arrastra y los petrifica. Aglutina una masa informe de cuerpos y deja tras de sí una estela de silencio. Este es el reflujo, el repliegue de la vida, lo que marchita la flor, carcome la piel y pudre los dientes, la marea que se retira hasta revelar una superficie fría y dura como un hueso.
¿Por qué este dolor y este derroche de vida? ¿Por qué tantas maravillas desperdiciadas? ¿Por qué la conciencia y la memoria de las heridas? ¿Por qué el duelo? ¿Por qué el afecto de Koko hacia sus gaticos? ¿Por qué la necesidad de soportarnos unos a otros con tanta prevención como los erizos?
Mejor sería no condolerse ni sentir nada. Estar en armonía con el orden natural de las cosas. Ser dignos hijos de esta aulladora y devoradora madre nuestra. Tener la terrible inocencia de los insectos que se alimentan hasta de su propia progenie. Reproducirnos y flotar a la deriva como los rotíferos. ¿O es acaso otro nuestro destino? Quizás nuestra madre nos tiene un especial afecto. Por eso nos ha lamido con tanto esmero los párpados. Quizás lo que nos corresponde sea elevarnos. Conocer el mundo del que el nuestro emana. El lugar donde la luz y la oscuridad confluyen. Las sombras, cuando las miramos a los ojos y no nos dominan, iluminan y profundizan el alma. Este es nuestro néctar y nuestro combate.
Una montaña tiembla y ruge. No me verán llorar. No me verán llorar. No me verán llorar. Pero me derramo. Vierto mi sangre y mi fuego. Destruyo. Mato. Mi sombra se extiende sobre el mundo y se convierte en una llanura fértil. Un pastizal donde en la noche los grillos cantan y las crisálidas revientan en pequeñas nubes de avispas.
Diego Uribe










